Pese a tener la conexión a Internet más lenta de Sudamérica un país ha tomado una decisión histórica: no al Starlink de Musk

De esta forma, Bolivia está diciendo que el futuro digital también pasa por la transparencia

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Miguel Jorge

Editor

Starlink de Elon Musk tiene muchos frentes abiertos. De hecho, Europa está acelerando para tener operativa su propia “versión” de Internet satelital con la fusión entre SES e Intelsat. Así, mientras la compañía sigue extendiendo su red por un gran número de países, otros se mantienen firmes y niegan la entrada de su red. Uno de esos países es toda una paradoja. Tienen una conexión terrible, y aun así, han dicho que “no”. Hasta ahora.

Bolivia contra Starlink. En un continente donde la conectividad aún define oportunidades de desarrollo, Bolivia ha tomado una decisión que la distingue de sus vecinos y ha generado tanto sorpresa como debate: negarse a autorizar la entrada del servicio de internet satelital de Elon Musk. A pesar de que en la mayoría de los países sudamericanos este sistema ha sido acogido con entusiasmo (por su capacidad de llevar internet rápido y confiable a zonas rurales e inaccesibles), las autoridades bolivianas decidieron bloquear su operación, esgrimiendo motivos de soberanía, control regulatorio y equilibrio en el mercado.

En un país donde más del 90% de la población accede a internet exclusivamente por el móvil y muchas regiones rurales carecen siquiera de señal estable, la negativa ha desatado frustración entre docentes, técnicos y habitantes de zonas remotas que ven en Starlink una solución práctica, ya probada en países vecinos como Brasil, Colombia o Chile.

La desconfianza. Contaba el New York Times que la posición boliviana no surge de un rechazo tecnológico, sino de una evaluación política y estratégica. Según Iván Zambrana, director de la agencia espacial del país, permitir la operación de Starlink sin una regulación estricta pondría en riesgo la economía digital local y cedería demasiado poder a una empresa extranjera con gran capacidad de influencia sobre gobiernos, normas y flujos de información.

El temor, compartido por otros países como Sudáfrica o Brasil (que ya buscan alternativas como la china SpaceSail), se basa en la idea de que Musk, a través de su red satelital, puede no solo proporcionar conectividad sino también condicionar narrativas, políticas y decisiones, como demostró su negativa a bloquear servicios de su red durante operaciones militares en Ucrania o sus constantes choques con gobiernos por la moderación de contenidos en X. Bolivia, al rechazar su licencia, se suma a una minoría que ve en Starlink no solo una infraestructura técnica, sino también una palanca de poder geopolítico.

La resistencia tiene un límite. Así todo, contaba el Times que actualmente el país depende de un satélite propio de origen chino, lanzado en 2013, que le ha permitido mantener cierto nivel de cobertura nacional, aunque muy limitado en capacidad y rendimiento. Este satélite (gestionado por la Agencia Boliviana Espacial) está próximo a agotar su vida útil y podría quedar inoperativo en 2028.

A pesar de su lentitud, mala cobertura y lo costoso que resulta instalar sus antenas en zonas rurales, el gobierno insiste en su uso, argumentando que toda empresa extranjera debe operar bajo normas que protejan el mercado nacional. Sin embargo, las condiciones técnicas reales contradicen esta postura: el acceso a internet es de los más lentos y costosos de Sudamérica, y cientos de miles de personas siguen completamente desconectadas.

Ejemplos. En lugares como Quetena Chico, su único instituto secundario depende de un profesor que debe conducir seis horas para subir contenidos educativos, una situación tan extrema que algunos hoteles en la frontera han optado por introducir routers Starlink desde Chile de forma informal, aprovechando que la señal de la red sí llega a parte del territorio, aunque es cortada al cabo de unas semanas.

El dilema de Bolivia. La decisión de Bolivia plantea un dilema complejo: ¿hasta qué punto debe un país con limitaciones técnicas renunciar a una solución eficaz por preservar su soberanía regulatoria? Para muchos, la negativa a Starlink refleja una resistencia ideológica más que pragmática. Con todo, los argumentos oficiales no carecen de fundamento: permitir el acceso sin condiciones podría significar la ruina de proveedores locales y una subordinación tecnológica peligrosa.

A este respecto, Hugo Siles, embajador de Bolivia en China, ha confirmado que el país ya estudia integrar la red SpaceSail (una constelación satelital en desarrollo por el gobierno de Shanghái), lo que permitiría mantener un socio estratégico más alineado con su política de no injerencia. China promete lanzar más de 15.000 satélites antes de 2030, pero aún no ha demostrado resultados a escala global. Mientras, la presión crece internamente, con legisladores cuestionando si vale la pena mantener la desconexión mientras otros países vecinos integran la revolución satelital sin mayor resistencia.

Musk, omnipresente. Es la última de las patas a analizar. La figura de Elon Musk atraviesa el debate con una ambivalencia imposible de ignorar. Por un lado, ha democratizado el acceso al internet satelital con una red de más de 7.000 satélites que ya conecta a cinco millones de usuarios en 125 países. Por otro, ha convertido ese poder tecnológico en un instrumento político y económico personal, en ocasiones opaco, unilateral e impredecible.

Su afirmación de que “no hay sustituto para Starlink” es tanto un argumento de eficiencia como una advertencia. Y en Bolivia esta percepción ha calado hondo. Antoine Grenier, experto internacional en telecomunicaciones espaciales, resumía la cuestión con crudeza en el Times: “Los países han comprendido que no pueden depender de un solo actor”. En ese contexto, la negativa boliviana no solo refleja una preocupación puntual, sino toda una declaración de principios: la tecnología debe servir a los intereses nacionales, no subordinarlos.

El problema es que, de momento, eso implica mantener a millones de personas sin conectividad estable.

Imagen | CIAT

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